domingo, 1 de mayo de 2016

        La literatura española es aquella desarrollada en español en España. También podría incluirse en esta categoría la literatura hispano latina clásica y tardía, la literatura judeoespañola y la literatura arábigo española, escritas respectivamente en latínhebreo y árabe. Abarca desde las primeras expresiones poéticas conservadas en lengua vernácula (las jarchas) hasta la actualidad, más de mil años de historia. Es una rama de la literatura románica y ha dado lugar a otra importante rama, la literatura hispanoamericana

La literatura española en la Edad Media
Sólo a partir del siglo XIII y en un sentido exclusivamente geográfico es posible hablar de literatura española escrita. Hasta este período, se supone la coexistencia de una poesía de transmisión oral en lengua romance, tanto lírica como épica, junto a unos usos escriturales cultos cuya lengua de expresión y transmisión era el latín.

Primeras manifestaciones

El Cantar de Mío Cid (siglo XII), obra que era transmitida generalmente de forma oral por los juglares. El mayor de los cantares de gesta españoles de la Edad Media y una de las obras clásicas de la literatura europea es el que por antonomasia lleva el nombre del héroe: el Mio Cid. Compuesto a finales del siglo XII o en los primeros años del siglo XIII, estaba ya acabado en 1207, cuando cierto Per Abbat (o Pedro Abad) se ocupó de copiarlo en un manuscrito del que, a su vez, es copia el único que hoy se conserva (falto de la hoja inicial y de dos interiores), realizado en el siglo XIV y custodiado en la Biblioteca Nacional de Madrid. La datación del poema allí recogido viene apoyada por  una serie de indicios de cultura material, de organización institucional y de motivaciones ideológicas. Más dudas plantea su lugar de composición, que sería Burgos según unos críticos y la zona de Medinaceli (en la actual provincia de Soria), según otros.

Un rasgo esencial es su empleo de versos aniso silábicos o de medida variable, divididos en dos hemistiquios, cada uno de los cuales oscila entre cuatro y once sílabas. Los versos se unen en series o tiradas que comparten la misma rima asonante y suelen tener cierta unidad temática. No existen leyes rigurosas para el cambio de rima entre una y otra tirada, pero éste se usa a veces para señalar divisiones internas, por ejemplo al repetir con más detalle el contenido de la tirada anterior (técnica de series gemelas) o cuando se pasa de la narración a las palabras que pronuncia un personaje (estilo directo). Por último, las tiradas o series se agrupan en tres partes mayores, llamadas también «cantares», que comprenden los versos 1-1084, 1085-2277 y 2276-3730, respectivamente. El primer cantar narra las aventuras del héroe en el exilio por tierras de la Alcarria y de los valles del Jalón y del Jiloca, en los que consigue botín y tributos a costa de las poblaciones musulmanas. El segundo se centra en la conquista de Valencia y en la reconciliación del Cid y del rey Alfonso, y acaba con las bodas entre las hijas de aquél y dos nobles de la corte, los infantes de Carrión. El tercero refiere cómo la cobardía de los infantes los hace objeto de las burlas de los hombres del Cid, por lo que éstos se van de Valencia con sus mujeres, a las que maltratan y abandonan  en el robledo de Corpes. El Cid se querella ante el rey el rey Alfonso, quien convoca unas cortes en Toledo, donde el Campeador reta a los infantes. En el duelo, realizado en Carrión, los infantes y su hermano mayor quedan inflamados; mientras tanto, los príncipes de Navarra y Aragón piden la mano de las hijas del Cid, que las ve así casadas conforme merecen.
Otro de los aspectos característicos de los cantares de gesta es su estilo formular, es decir, el empleo de determinados clichés o frases hechas, por ejemplo en la descripción de batallas o bien para referirse a un personaje. Así, el Cid es llamado a menudo «el bueno de Vivar», «el que en buena hora nació» o «el de la luenga barba», mientras que a Minaya Álvar Fáñez se lo presenta varias veces en el fragor del combate con la fórmula «por el codo abajo la sangre goteando». Este rasgo se liga a la difusión oral del Cantar (por boca de los juglares que lo recitaban o cantaban de memoria, acompañándose a menudo de un instrumento musical), pero también responde a un efecto estético (el gusto por ver tratados los mismos temas de una misma forma). Otros recursos estilísticos de los cantares de gesta son la gran alternancia y variedad de tiempos verbales; el uso de parejas de sinónimos, como «pequeñas son y de días chicas», y también de parejas inclusivas, como «moros y cristianos» (es decir, todo el mundo); o el empleo de las llamadas frases físicas, al estilo de «llorar de los ojos» o «hablar de la boca», que subrayan el aspecto gestual de la acción.


En cuanto al argumento, como se ha visto, abarca dos temas fundamentales: el del destierro y el de la afrenta de Corpes. El primero se centra en la honra pública o política del Campeador, al narrar las hazañas que le permiten recuperar su situación social y, a la vez, alcanzar el perdón real; el segundo, en cambio, tiene por objeto un asunto familiar o privado, pero que tiene que ver también con el honor del Cid y de los suyos, tan realzado al final como para que sus hijas puedan casar con los príncipes de Navarra y Aragón. De ahí que el Cantar hay podido ser caracterizado como un «poema de la honra». Esta honra, sea pública o privada, tiene dos dimensiones: por un lado, se relaciona con la buena fama de una persona, con la opinión que de ella tienen sus iguales dentro de la escala social; por otro, tiene que ver con el nivel de vida de una persona, en la medida en que las posesiones materiales traducen la posición que uno ocupa en la jerarquía de la sociedad.  Por eso el Cid se preocupa tanto de que el rey conozca sus hazañas como de enviarle ricos regalos que, por así decir, plasman físicamente las victorias del Campeador.
La doble trama del destierro y de la afrenta describe una doble curva de descenso y ascenso: desde la expropiación de las tierras de Vivar y el exilio se llega al dominio del señorío de Valencia y a la recuperación del favor real; después, desde la  pérdida de la honra familiar provocada por los infantes se asciende al máximo grado de la misma, gracias a los enlaces principescos de las hijas del Cid. En ambos casos, la recuperación del honor cidiano se logra por medios casi inéditos en la poesía épica, lo que hace del Cantar no sólo uno de los mayores representantes de la misma, sino también uno de los más originales. En efecto, el héroe de Vivar, que es desterrado a causa de las calumnias vertidas contra él por sus enemigos en la corte, nunca se plantea adoptar alguna de las extremadas soluciones del repertorio épico, rebelándose contra el monarca y sus consejeros, sino que prefiere acatar la orden real y salir a territorio andalusí para ganarse allí el pan con el botín arrancado al enemigo, opción siempre considerada legítima en esa época. Por eso es característico del enfoque del cantar el énfasis puesto en el botín obtenido de los moros, a los que el desterrado no combate tanto por razones religiosas, como por ganarse la vida, y a los que se puede admitir en los territorios conquistados bajo un régimen de sumisión. Eso no significa que el Cid y sus hombres carezcan de sentimientos religiosos. De hecho, el Campeador se encarga de adaptar para uso cristiano la mezquita mayor de Valencia, que convierte en catedral para el obispo don Jerónimo. Es más, la relación del héroe con la divinidad es privilegiada, según se advierte en la aparición de San Gabriel para confortar al Cid cuando inicia la incierta aventura del destierro. Lo que no hay es un claro ideal de Cruzada, nada de «conversión o muerte». Los musulmanes de las plazas conquistadas, aunque no son vistos como iguales, tampoco se encuentran totalmente sometidos. Encuentran su lugar dentro de la sociedad ideal de la Valencia del Cid como mudéjares, es decir, como musulmanes que conservan su religión, su justicia y sus costumbres, pero bajo la autoridad superior de los gobernantes cristianos y con ciertas limitaciones en sus derechos. Sin caer en la tentación de ver en ello una convivencia idílica, está claro que no se aprecia en el ideario del Campeador ningún extremismo religioso.

LA POESIA PRIMITIVA: JUGLARES, CLERIGOS Y TROVADORES
El poeta de espíritu individual que aspira conscientemente a hacer arte con sus propios sentimientos, puede decirse que no aparece en las literaturas occidentales hasta Petrarca (siglo XIV) y en la castellana posiblemente hasta Garcilaso, en el siglo XVI.
En los siglos anteriores, la misión del poeta es cantar temas y sentimientos comunes a toda la sociedad o a la clase a que pertenece dentro de ella. La poesía se propone entretener a un público determinado y en algunos casos informarle y educarle. De ahí que sea con frecuencia anónima y que refleje antes que ningún otro género literario la multiplicidad de aspectos que la civilización medieval presenta.
Se diferencian pronto tres tipos distintos de poetas: el juglar, el trovador y el clérigo.
El trovador es el poeta de las cortes feudales, de las clases altas, canta los sentimientos amorosos, las aspiraciones y rivalidades de caballeros y damas, en versos que desde el primer momento tienden a cristalizarse en formas artísticas fijas.
El clérigo, que en la Edad Media equivale a lo que hoy llamaríamos el intelectual, es el poeta del monasterio, de la Iglesia, depositaria de la cultura tradicional. Escribe también con un arte "estudiado" en "sílabas contadas".
El juglar es el poeta de todos, el poeta de la plaza pública que con frecuencia sube también a recitar en palacios y castillos. Sin gran preocupación artística ni espíritu de escuela, viaja, poeta ambulante, casi actor, recitando versos que aprende de memoria, canciones y fragmentos líricos o largas relaciones de hechos y sucesos, casi siempre históricos, que interesan al pueblo. Es el poeta colectivo por excelencia. No parece poner gran cuidado, al menos entre los juglares castellanos, en la regularidad métrica ni en los artificios del estilo.
Del trovador sale la poesía lírica, con su sede primitiva en las cortes de Provenza, que pronto se extiende a otros países y en España se localiza en Cataluña y Galicia.
Del clérigo, la poesía que en la literatura castellana llamamos del Mester de Clerecía, cuyo auge se alcanza en el siglo XIII, con la obra de Berceo y el Libro de Alexandre.
El juglar crea el Mester de Juglaría. El arte de los juglares es muy variado. No es siempre posible separarlo de las otras formas -trovadoresca o de clerecía- a las que precede, pero su campo preferido es el de la épica o poesía de las canciones de gesta, en las que el genio castellano de la Edad Media, con el Poema de Mío Cid, produce la primera gran obra de la literatura española e inicia una tradición de una enorme vitalidad literaria.


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