La literatura
española es aquella desarrollada en español en España. También podría incluirse en esta categoría la literatura
hispano latina clásica y tardía, la literatura
judeoespañola y la literatura
arábigo española, escritas respectivamente
en latín, hebreo y árabe.
Abarca desde las primeras expresiones poéticas conservadas en lengua vernácula
(las jarchas) hasta la actualidad,
más de mil años de historia. Es una rama de la literatura románica y ha dado lugar a otra importante rama, la literatura
hispanoamericana.
La literatura española en la Edad Media
Sólo a partir del siglo XIII y en un sentido exclusivamente geográfico es posible
hablar de literatura española escrita. Hasta este período, se supone la
coexistencia de una poesía de transmisión oral en lengua romance, tanto lírica
como épica, junto a unos usos escriturales cultos cuya lengua de expresión y
transmisión era el latín.
Primeras manifestaciones
El Cantar de Mío Cid (siglo
XII), obra que era transmitida generalmente de forma
oral por los juglares. El mayor de los cantares de gesta españoles de la Edad
Media y una de las obras clásicas de la literatura europea es el que por
antonomasia lleva el nombre del héroe: el Mio Cid. Compuesto a finales del
siglo XII o en los primeros años del siglo XIII, estaba ya acabado en 1207,
cuando cierto Per Abbat (o Pedro Abad) se ocupó de copiarlo en un manuscrito
del que, a su vez, es copia el único que hoy se conserva (falto de la hoja
inicial y de dos interiores), realizado en el siglo XIV y custodiado en la
Biblioteca Nacional de Madrid. La datación del poema allí recogido viene apoyada
por una serie de indicios de cultura material, de organización
institucional y de motivaciones ideológicas. Más dudas plantea su lugar de
composición, que sería Burgos según unos críticos y la zona de Medinaceli (en
la actual provincia de Soria), según otros.
Un rasgo esencial es su empleo de versos aniso silábicos
o de medida variable, divididos en dos hemistiquios, cada uno de los cuales
oscila entre cuatro y once sílabas. Los versos se unen en series o tiradas que
comparten la misma rima asonante y suelen tener cierta unidad temática. No
existen leyes rigurosas para el cambio de rima entre una y otra tirada, pero
éste se usa a veces para señalar divisiones internas, por ejemplo al repetir
con más detalle el contenido de la tirada anterior (técnica de series gemelas)
o cuando se pasa de la narración a las palabras que pronuncia un personaje
(estilo directo). Por último, las tiradas o series se agrupan en tres partes
mayores, llamadas también «cantares», que comprenden los versos 1-1084, 1085-2277
y 2276-3730, respectivamente. El primer cantar narra las aventuras del héroe en
el exilio por tierras de la Alcarria y de los valles del Jalón y del Jiloca, en
los que consigue botín y tributos a costa de las poblaciones musulmanas. El
segundo se centra en la conquista de Valencia y en la reconciliación del Cid y
del rey Alfonso, y acaba con las bodas entre las hijas de aquél y dos nobles de
la corte, los infantes de Carrión. El tercero refiere cómo la cobardía de los
infantes los hace objeto de las burlas de los hombres del Cid, por lo que éstos
se van de Valencia con sus mujeres, a las que maltratan y abandonan en el
robledo de Corpes. El Cid se querella ante el rey el rey Alfonso, quien convoca
unas cortes en Toledo, donde el Campeador reta a los infantes. En el duelo,
realizado en Carrión, los infantes y su hermano mayor quedan inflamados;
mientras tanto, los príncipes de Navarra y Aragón piden la mano de las hijas
del Cid, que las ve así casadas conforme merecen.
Otro de los aspectos característicos de los cantares de
gesta es su estilo formular, es decir, el empleo de determinados clichés o
frases hechas, por ejemplo en la descripción de batallas o bien para referirse
a un personaje. Así, el Cid es llamado a menudo «el bueno de Vivar», «el que en
buena hora nació» o «el de la luenga barba», mientras que a Minaya Álvar Fáñez
se lo presenta varias veces en el fragor del combate con la fórmula «por el
codo abajo la sangre goteando». Este rasgo se liga a la difusión oral del
Cantar (por boca de los juglares que lo recitaban o cantaban de memoria,
acompañándose a menudo de un instrumento musical), pero también responde a un
efecto estético (el gusto por ver tratados los mismos temas de una misma
forma). Otros recursos estilísticos de los cantares de gesta son la gran
alternancia y variedad de tiempos verbales; el uso de parejas de sinónimos,
como «pequeñas son y de días chicas», y también de parejas inclusivas, como
«moros y cristianos» (es decir, todo el mundo); o el empleo de las llamadas
frases físicas, al estilo de «llorar de los ojos» o «hablar de la boca», que
subrayan el aspecto gestual de la acción.
En cuanto al argumento, como se ha visto, abarca dos
temas fundamentales: el del destierro y el de la afrenta de Corpes. El primero
se centra en la honra pública o política del Campeador, al narrar las hazañas
que le permiten recuperar su situación social y, a la vez, alcanzar el perdón
real; el segundo, en cambio, tiene por objeto un asunto familiar o privado,
pero que tiene que ver también con el honor del Cid y de los suyos, tan
realzado al final como para que sus hijas puedan casar con los príncipes de
Navarra y Aragón. De ahí que el Cantar hay podido ser caracterizado como un
«poema de la honra». Esta honra, sea pública o privada, tiene dos dimensiones:
por un lado, se relaciona con la buena fama de una persona, con la opinión que
de ella tienen sus iguales dentro de la escala social; por otro, tiene que ver
con el nivel de vida de una persona, en la medida en que las posesiones
materiales traducen la posición que uno ocupa en la jerarquía de la
sociedad. Por eso el Cid se preocupa tanto de que el rey conozca sus
hazañas como de enviarle ricos regalos que, por así decir, plasman físicamente
las victorias del Campeador.
La doble trama del destierro y de la afrenta describe una
doble curva de descenso y ascenso: desde la expropiación de las tierras de
Vivar y el exilio se llega al dominio del señorío de Valencia y a la
recuperación del favor real; después, desde la pérdida de la honra
familiar provocada por los infantes se asciende al máximo grado de la misma,
gracias a los enlaces principescos de las hijas del Cid. En ambos casos, la
recuperación del honor cidiano se logra por medios casi inéditos en la poesía
épica, lo que hace del Cantar no sólo uno de los mayores
representantes de la misma, sino también uno de los más originales. En efecto,
el héroe de Vivar, que es desterrado a causa de las calumnias vertidas contra
él por sus enemigos en la corte, nunca se plantea adoptar alguna de las
extremadas soluciones del repertorio épico, rebelándose contra el monarca y sus
consejeros, sino que prefiere acatar la orden real y salir a territorio
andalusí para ganarse allí el pan con el botín arrancado al enemigo, opción
siempre considerada legítima en esa época. Por eso es característico del
enfoque del cantar el énfasis puesto en el botín obtenido de los moros, a los
que el desterrado no combate tanto por razones religiosas, como por ganarse la
vida, y a los que se puede admitir en los territorios conquistados bajo un
régimen de sumisión. Eso no significa que el Cid y sus hombres carezcan de
sentimientos religiosos. De hecho, el Campeador se encarga de adaptar para uso
cristiano la mezquita mayor de Valencia, que convierte en catedral para el
obispo don Jerónimo. Es más, la relación del héroe con la divinidad es
privilegiada, según se advierte en la aparición de San Gabriel para confortar
al Cid cuando inicia la incierta aventura del destierro. Lo que no hay es un
claro ideal de Cruzada, nada de «conversión o muerte». Los musulmanes de las
plazas conquistadas, aunque no son vistos como iguales, tampoco se encuentran
totalmente sometidos. Encuentran su lugar dentro de la sociedad ideal de la
Valencia del Cid como mudéjares, es decir, como
musulmanes que conservan su religión, su justicia y sus costumbres, pero bajo
la autoridad superior de los gobernantes cristianos y con ciertas limitaciones
en sus derechos. Sin caer en la tentación de ver en ello una convivencia
idílica, está claro que no se aprecia en el ideario del Campeador ningún
extremismo religioso.
LA POESIA PRIMITIVA: JUGLARES, CLERIGOS Y
TROVADORES
El poeta de espíritu individual que aspira
conscientemente a hacer arte con sus propios sentimientos, puede decirse que no
aparece en las literaturas occidentales hasta Petrarca (siglo XIV) y en la
castellana posiblemente hasta Garcilaso, en el siglo XVI.
En los siglos anteriores, la misión del
poeta es cantar temas y sentimientos comunes a toda la sociedad o a la clase a
que pertenece dentro de ella. La poesía se propone entretener a un público
determinado y en algunos casos informarle y educarle. De ahí que sea con
frecuencia anónima y que refleje antes que ningún otro género literario la
multiplicidad de aspectos que la civilización medieval presenta.
Se diferencian pronto tres tipos distintos
de poetas: el juglar, el trovador y el clérigo.
El trovador es el poeta de las cortes
feudales, de las clases altas, canta los sentimientos amorosos, las
aspiraciones y rivalidades de caballeros y damas, en versos que desde el primer
momento tienden a cristalizarse en formas artísticas fijas.
El clérigo, que en la Edad Media equivale
a lo que hoy llamaríamos el intelectual, es el poeta del monasterio, de la
Iglesia, depositaria de la cultura tradicional. Escribe también con un arte
"estudiado" en "sílabas contadas".
El juglar es el poeta de todos, el poeta
de la plaza pública que con frecuencia sube también a recitar en palacios y
castillos. Sin gran preocupación artística ni espíritu de escuela, viaja, poeta
ambulante, casi actor, recitando versos que aprende de memoria, canciones y fragmentos
líricos o largas relaciones de hechos y sucesos, casi siempre históricos, que interesan
al pueblo. Es el poeta colectivo por excelencia. No parece poner gran cuidado,
al menos entre los juglares castellanos, en la regularidad métrica ni en los
artificios del estilo.
Del trovador sale la poesía lírica, con su
sede primitiva en las cortes de Provenza, que pronto se extiende a otros países
y en España se localiza en Cataluña y Galicia.
Del clérigo, la poesía que en la
literatura castellana llamamos del Mester de Clerecía, cuyo auge se alcanza en
el siglo XIII, con la obra de Berceo y el Libro de Alexandre.
El juglar crea el Mester de Juglaría. El
arte de los juglares es muy variado. No es siempre posible separarlo de las
otras formas -trovadoresca o de clerecía- a las que precede, pero su campo
preferido es el de la épica o poesía de las canciones de gesta, en las que el
genio castellano de la Edad Media, con el Poema de Mío Cid, produce la primera
gran obra de la literatura española e inicia una tradición de una enorme
vitalidad literaria.